El shah Abas enfrentaba dificultades para gobernar debido a la facción rebelde Qizilbash. En busca de alivio, firmó con el sultán otomano Murad III el Tratado de Constantinopla el 21 de marzo de 1590, por el cual cedió Bagdad, Shirvan, Karabaj, Kartli, Kajetia, Ereván, Lorestán, Daguestán, Juzestán, Shahrizor, el oeste de Azerbaiyán y el este del Kurdistán. Posteriormente, reemplazó a los insubordinados con tropas esclavas, mosqueteros y artillería al estilo europeo, lo que permitió al soberano persa fortalecer su autoridad.
Abas, en el plano religioso, debía detener la persecución de los suníes. También debía impedir la promoción del chiismo en los territorios cedidos, pero desde el punto de vista administrativo Núñez Sánchez escribió que:
Enfrentarse al turbulento legado de sus predecesores supuso para Abbás resolver el problema de los poderes locales. Esa solución vino mediante la transferencia de distritos de la administración mamalik (provincial) a la administración khass (gobierno central). Esta trasferencia aportaría nuevos ingresos que financiaron la construcción de una nueva capital imperial en Isfahán (lejos de la frontera con los turcos) (Núñez Sánchez, Historia moderna, 2020).
Lancosme embajador francés más cerca de Felipe II que de Enrique IV
Murad III, con esta pausa, pudo concentrarse en Europa. Su línea política era apoyar al protestantismo contra el catolicismo; por eso, mantuvo alianza con Inglaterra y apoyaba al rey francés Enrique IV, pero, paradójicamente, su embajador en Estambul, escribió Türkçelik que:
La calidad informativa de sus cartas impresionaron a los ministros españoles como Francisco de Idiáquez o Francisco de Vera y Aragón, que consideraban a Lancosme un informante mucho mejor que el resto de los espías españoles. El conde de Olivares y su sucesor, el duque de Sessa, remitieron a Madrid las peticiones de los representantes de la Liga Católica para que Felipe II mandara alguna ayuda económica a Lancosme para el bien de la Liga como de España. Lancosme muestra su firme creencia en que el apoyo que Felipe II daba a la defensa de la catolicidad universal ayudaría a solucionar el problema de Francia. Ruiz Ibáñez señala que aquellos franceses que tenían simpatía hacia el Rey Católico lo hacían «simplemente en contraposición a los herejes, pero sin mayor aspiración, ni proyecto de subordinación». Esto es evidente en las palabras de Lancosme cuando escribió «la mia affettione non ha havuto altro fondamento che dalla cognitione di tanti obligationi che sempre mai havera la corona di Francia alla bonta di Sua Mta». No obstante, sus esfuerzos a favor de la causa de los agentes de Felipe II en Estambul eran la puesta en práctica de su creencia en la amistad de la Corona de Francia con el Rey Católico, lo que al final fue la razón de su expulsión de la capital otomana (Türkçelik, 2015, pág. 5 y 6).
Las complicaciones diplomáticas francesas en Estambul
Para Estambul, Enrique IV tuvo que valerse del embajador Hurault de Maisse. Este era su representante en Venecia, pero la confusión era tal que Türkçelik describió que:
El Sultán recibió en un lapso de tiempo muy corto dos cartas oficiales de Francia de sesgo contrario, siendo la primera de parte de Enrique IV, en julio 1590, y la segunda de parte del duque de Mayena, en abril 1591 (Türkçelik, 2015, pág. 7).
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